Renovada, escultura de El Caballito

 

El rostro bronceado del rey Carlos IV fue acariciado nuevamente por el sol invicto. Dos años tuvo que permanecer oculto –de los cuatro cuando fue dañado-  para recobrar la dignidad de su perfil de origen siciliano, que había sido dañado con ácido nítrico. Solo la ayuda afanosa de manos mexicanas que rehabilitan el arte y la historia permitieron que la mañana del 28 de junio, el monarca conocido como “El Cazador” reapareciera en público montado en su corcel metálico encarando al sur.

Desde temprano corría una brisa fría por la Plaza Tolsá, en el corazón de la Ciudad de México, el cielo era gris, pero las nubes abrieron su capote justo antes de las diez de la mañana, cuando funcionarios de gobierno y ciudadanos pudieran mirar el perfil renovado del penúltimo rey que gobernó al mismo tiempo a España y a la Nueva España: Carlos Antonio Pascual Francisco Javier Juan Nepomuceno José Januario Serafín Diego.

Cuando el jefe de gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Macera, junto a la secretaria federal de Cultura, María Cristina García Cepeda, y el director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Diego Prieto, retiraron las cortinas blancas que cubrían a la escultura ecuestre de Carlos IV, el rey protagonizó un triunfo grande que no imaginó en vida.

México, la tierra que gobernó, pero nunca visitó, le dio al monarca una dignidad y serenidad que, honestamente, dilapidó en sus años como gobernante. La escultura que, en 1803, fundió y entregó a los mexicanos el artista Manuel Tolsá es uno de los rastros más portentosos del reinado de un hombre que detonó la Guerra de Independencia de México con una cadena de errores políticos, naufragios financieros y derrotas militares.

En sus veinte años de gobierno, Carlos IV perdió una guerra con Francia, dos guerras con Gran Bretaña, quebró las finanzas públicas del reino más próspero del mundo y terminó por entregar la corona a su hijo de 24 años, que sólo duró en el trono dos meses, antes de abdicar a favor de José, el hermano de Napoleón Bonaparte.

Esa escultura que conoció al México independiente desde su origen fue dañada con solventes en 2013, por una intervención de buena voluntad, pero con poca pericia técnica. Cuatro años después, y con una inversión de 7.5 millones de pesos la obra fue recuperada gracias a los expertos del INAH, encabezados por la restauradora Liliana Giorguli Chávez y el arquitecto Arturo Balandrano Campos, titulares, respectivamente, de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) y de la Coordinación Nacional de Monumentos Históricos (CNMH).

La pérdida de color oscuro, los rayones provocados accidentalmente por cepillado, el óxido que comenzó a aparecer a los pocos días, fueron revertidos, reparando lo que llegó a ser calificado como una restauración imposible.

Mucho de este proceso de restauración fue guiado por apuntes del viajero y naturalista alemán Alejandro Von Humoldt, que en 1803 estuvo presente en la inauguración de esta obra, conocida popularmente como El Caballito.

“A raíz de estos trabajos se destaca el importante hallazgo que la superficie de la escultura. Hoy sabemos que desde sus inicios estuvo recubierta con pintura verde marrón con una técnica al óleo en lugar de una pátina como era la creencia generalizada. Esta es una más de las acciones que fortalecen el legado histórico de México, su enorme riqueza cultural. El Caballito nos recibe de nueva cuenta con renovado aliento en la Plaza Tolsá del Centro Histórico. Su imagen es ahora memoria colectiva para permanecer en el tiempo, testigo y protagonista de nuestra historia”, dijo la secretaria García Cepeda.

Miguel Ángel Mancera celebró que de nueva cuenta, en un trabajo coordinado, se enriquezca el patrimonio cultural de la ciudad y subrayó el trabajo que se realizó con el INAH y los profesionales que participaron en esta intervención. El jefe de gobierno de la capital de la República señaló que gracias al avance de las técnicas científicas utilizadas para su rescate, esta figura ecuestre vuelve a mostrar el esplendor que tenía para el regocijo de los visitantes del Centro Histórico y de la Plaza Tolsá, donde se encuentran el Museo Nacional de Arte y el Palacio de Minería.

La restauración de esta pieza del siglo XIX se apoyó mucho en la tecnología del siglo XXI.

El rey recobró la dignidad de su montura con ayuda de ultrasonido y espectrometría de difracción de rayos X. Rescató su bronceado oscuro gracias al respeto de sus materiales constitutivos. Aseguró un buen estado para los próximos 200 años, gracias a una limpieza de corrosión, suciedad y estratos pictóricos.

Así, tras meses de desalinización, inhibición de corrosión y regeneración de óxidos de cobre, estabilización material y la unificación de aspectos y acabados de la escultura; el rostro, cuerpo y montura del Rey Carlos IV volvió a ser acariciado por el sol invicto de tierras mexicanas. Durante la restauración fue encontrada una “cápsula del tiempo” de los años 70s con información del traslado de esta escultura ecuestre, desde Bucareli hasta la Plaza Tolsá