¿Por qué nos gusta el miedo?

Las personas no suelen sentir cariño por un accidente de tráfico o por algún un hecho violento que les ha tocado vivir y que realmente le llegara a asustar. Pero la cultura está llena de personajes y situaciones que en teoría dan miedo, y se puede decir que ambos fenómenos venden libros y llenan salas de cine. De hecho, muchos cuentos infantiles, novelas y películas giran en torno al miedo y a la violencia: ahora triunfan los zombis, los exorcismos y las manidas casas encantadas, y por otro lado abundan las producciones que no exploran el terror pero que resultan muy prolijas en muertes violentas y sangrientas, como son las historias de Juego de Tronos o de Narcos, o las cada vez más pirotécnicas y grandilocuentes películas de súper héroes.

Tal como explicó Francisco Claro Izaguirre, profesor de Psicobiología: “Las historias de miedo funcionan principalmente para evitar el aburrimiento, y no producen miedo, de lo contrario nadie iría a verlas”, apuntó. “Lo que producen es cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición a salvo”.

¿Es quizás esa fascinación la que lleva a algunas personas a interesarse por los sucesos escabrosos en un periódico, o mirar desde su coche las consecuencias de un accidente de tráfico?

Algunos investigadores han sugerido que las historias vistas y leídas favorecen la empatía, el ponerse en la piel del otro, y que por eso funcionarían como un simulador del mundo real donde las personas aprenden comportamientos que nunca han vivido, pero sin sufrir las consecuencias físicas o emocionales que tendrían en la realidad. Así, la ficción sería como un campo de juego donde explorar los miedos propios.

“Los humanos se han estado asustando a sí mismos desde el nacimiento de la especie, a través de todo tipo de métodos como contar historias, saltar desde acantilados, o saliendo de lugares oscuros para asustar a otros”, dijo Margee Kerr, socióloga experto en el miedo, en el portal The Atlantic.

“Y hemos hecho esto durante todo este tiempo por diferentes razones, como darle unidad a los grupos, preparar a los niños para la vida en el peligroso mundo y, por supuesto, para controlar nuestro comportamiento. Pero realmente solo ha sido en los últimos siglos cuando hemos empezado a asustarnos a nosotros mismos por diversión (y beneficio), y esto se ha convertido en una experiencia tan cotizada”. Al igual que Claro Izaguirre, la socióloga coincidió en que para disfrutar del miedo se debe de percibir que uno está a salvo.

Todos los seres vivos acaban respondiendo de una forma u otra al peligro al que se enfrentan. Las bacterias ajustan su metabolismo o los animales jóvenes muestran una reacción innnata de evitar algo que les ha producido daño o estrés en el pasado. En el caso del hombre, la respuesta puede adoptar la forma de un disparo de hormonas y reflejos que puede llegar a alcanzar el nivel de las emociones y los pensamientos.

En principio, el miedo está relacionado con la respuesta de lucha o huida, una reacción programada que se activa cuando alguien afronta un peligro inesperado y en un instante debe decidir si huir o si enfrentarse a una agresión. En realidad, se trata de una respuesta muy rápida encaminada a garantizar la supervivencia.

Pero en el ser humano puede transformarse en ansiedad. Según definió Barlow DH, la ansiedad puede distinguirse del miedo en que en la primera es una sensación de «pérdida de control» centrada en posibles y futuras amenazas, mientras que el segundo tiene como detonante un peligro presente e inminente.