La nueva obra de Santiago Calatrava se posó definitivamente en el vacío que dejaron las Torres Gemelas, junto al museo dedicado a las víctimas del 11-S, en Nueva York. La estructura acoge una estación de tránsito en un gigantesco centro comercial y pretende convertirse en un símbolo en la ciudad de los rascacielos como Grand Central. La obra arquitectónica del ingeniero español se completa con siete años de retraso y un coste de 3,900 millones dólares, que dobla el presupuesto inicial.
La apertura al público del complejo se produjo de forma discreta. La idea es que se celebre una ceremonia oficial de inauguración más cerca del verano, cuando todas las partes estén operativas. La estación de enlace en el World Trade Center en realidad solo dejó de funcionar durante las labores de rescate y desescombro de la zona cero. De hecho, una de las condiciones que se puso para realizar el proyecto es que los trabajos no afectaran al flujo normal de trenes.
La plataforma multimodal tendrá capacidad para soportar 200,000 viajeros diarios cuando opere a pleno rendimiento
El Oculus –ojo gigante- de Calatrava está considerado pese al sobrecoste y los retrasos como un icono de la recuperación del bajo Manhattan. Permitirá ampliar los servicios de transporte en la zona del distrito financiero, uno de los barrios de la ciudad de Nueva York que está experimentando mayor crecimiento. Se trata de una plataforma multimodal con capacidad para atender a 200,000 viajeros diarios que van a Wall Street o a otras zonas de la metrópoli.
La apertura de esta primera fase permitirá el acceso por la entrada que hace esquina con las calles Liberty y Church hacia el vestíbulo principal, desde donde se abren una serie de ramificaciones que llevan a las distintas líneas de metro y los andenes del tren de cercanías que cruza el Hudson hacia Nueva Jersey. El espacio bajo las “costillas” de acero de la paloma es muy luminoso y algunos críticos en arquitectura lo califican como una catedral moderna por su dimensión.
Los cristales que cubren el nervio principal de la cúpula se abrirán los días cálidos en verano y cada 11-S para crear un espacio abierto “como una plaza pública”. El vestíbulo es más alto que la sala principal de Grand Central, el edificio preferido de Calatrava. Tiene 96 pies (30 metros) en el punto más alto y 350 pies de largo (106 metros). En volumen, sin embargo, es más pequeño que la majestuosa estación terminal en Midtown. El cielo es real en la gigantesca estructura de acero que corona la estación.
“El edificio es un monumento a la vida. Un símbolo a la fe en el futuro de esta ciudad, dedicado a sus ciudadanos y por extensión al mundo», afirma el arquitecto español en una nota de prensa, en la que destaca que Nueva York es una ciudad «a la que he aprendido amar como a la mi propia». «Espero que llegue a ser un símbolo de progreso y renovación para los ciudadanos y visitantes», añade.