Al bailar nuestros pies y el resto del cuerpo se mueven al ritmo de la música. Dejarse llevar es fácil… Sin embargo, nuestro cerebro está llevando a cabo complicadas «coreografías» entre distintas regiones cerebrales para permitirnos danzar al ritmo de un vals, una bachata, un tango…
La danza es una forma universal de expresión humana que apareció hace casi dos millones de años y ofrece una oportunidad única para investigar la plasticidad del cerebro y su interacción en el comportamiento. Un estudio publicado en «Annals of the New York Academy of Sciences», sugiere que el aprendizaje del baile se acompaña de cambios a largo plazo en la materia gris y blanca del cerebro.
La materia gris se asocia con las capacidades intelectuales. Según la teoría de las inteligencias múltiples de Howard Gardner, las personas diestras en el baile tienen más desarrollada la inteligencia corporal cinestésica, una de las siete áreas que este investigador distingue en el intelecto. Es la que tienen mejor desarrollada también los atletas. Se caracteriza por un mayor talento para la expresión corporal, y percepción notable del espacio, la distancia y la profundidad.
Desde la sociedad Española de Neurología, hoy día de la danza, nos recuerdan que gracias a las técnicas de neuroimagen se han identificado varias regiones del cerebro implicadas en este proceso: en el lóbulo frontal se produce la planificación del movimiento; la corteza premotora y el área motora suplementaria se encargan de nuestra posición espacial y de permitirnos recordar acciones anteriores; la corteza motora primaria envía instrucciones a los músculos; mientras que el cerebelo y los ganglios basales nos mantienen en equilibrio y permiten la sincronización del movimiento.
“Aunque queda mucho por seguir estudiando, las investigaciones que se han hecho al respecto han determinado que la danza, desde el punto de vista neurológico, es un proceso complejo en el que se activan circuitos neuronales motores y sensoriales a la vez que la música estimula los centros de recompensa del cerebro”, explica el Pablo Irimia, vocal de la Sociedad Española de Neurología (SEN). “Además se ha determinado que mientras unas áreas del cerebro se encargan de la orientación corporal y nos permiten movernos en el espacio en la dirección adecuada, existen otras que hacen que podamos sincronizar nuestros movimientos con la música”.
La terapia de movimiento con baile tiene efectos positivos en patologías como la enfermedad de Parkinson, donde ayuda a hacer el movimiento más fluido, el autismo y otros trastornos psiquiátricos. “Cuando bailamos o hacemos otro tipo de ejercicio físico, estamos trabajando y estimulando diferentes áreas del cerebro. Y en el paciente neurológico algunos estudios han observado un doble beneficio del baile: por un lado el efecto positivo que tiene la realización de ejercicio físico, como en cualquier persona sana, y por otro estimular las áreas del cerebro que facilitan el equilibrio y la coordinación del movimiento”, señala el doctor Irimia.
Al tratarse de ejercicio físico, bailar puede contribuir también a reducir el riesgo de desarrollar enfermedades como hipertensión, diabetes, depresión, obesidad y el estrés. Y podría disminuir el riesgo de diferentes enfermedades neurológicas como el ictus o la demencia tanto de tipo Alzheimer como demencia vascular.