Un equipo multidisciplinario realiza un estudio de algunas reliquias óseas que se encuentran en la Catedral Metropolitana, que fueron colocadas en el interior de esculturas de cera con la imagen de algunos santos que fueron traídas a México a partir del siglo XVII.
La costumbre de insertar osamentas en esculturas de cera tuvo un fuerte impulso en el Concilio de Trento (1545-1563). El III Concilio Provincial Mexicano de 1585 recogió esas recomendaciones, y los primeros en promover la veneración de estas reliquias fueron los jesuitas.
En la Capilla de las Reliquias de la Catedral de México hay dos esculturas de este tipo: San Teodoro y San Deodato, que llegaron a México desde Roma, como también sucedió con otros relicarios de este tipo que hay en Puebla, Guadalajara y Guanajuato.
También llegaron a la Nueva España figuras de cera conocidas como Agnus Dei y que representan a un cordero; éstas se confeccionaban en Roma con la cera sobrante del cirio pascual del primer año de cada nuevo pontificado, y luego por períodos de siete años.
Los investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) que llevan al cabo estos estudios radiológicos han podido conocer la ubicación exacta y el tipo de restos óseos que fueron colocados hace más de tres siglos en el interior de los cuerpo-relicarios.
Se trata de figuras de cera moldeada de tamaño natural de los mártires San Vicente Niño y San Deodato, de la Catedral Metropolitana y sus estudios permitirán conocer más acerca de esta práctica religiosa, dio a conocer el Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (Siame).
Gracias a esta tecnología, dijo, los expertos del INAH localizaron dentro de esas dos esculturas de la Catedral, y la de San Clemente, del templo del Carmen, en San Ángel, un cráneo, costillas, huesos sacros, falanges de pies y manos, tibias y cuatro pequeños fragmentos de material óseo.
También se identificó que en estas piezas, la cabeza, piernas y brazos son de cera y el torso de tela, además se registró la presencia de elementos metálicos.
El estudio forma parte del proceso de catalogación de estos bienes culturales en el Registro Público de Monumentos y Zonas Arqueológicos e Históricos, a cargo del INAH y que se inició en 2015.
En México, el aprovechamiento de la cera data de tiempos prehispánicos, ya que era usado para hacer pequeñas de joyería con la técnica de “cera perdida”. El Códice Florentino de Fray Bernardino de Sahagún tiene dibujos que ilustran el proceso.
En los primeros años de la evangelización predominaba la costumbre de poner debajo de los altares de las iglesias que se construían, reliquias de algún santo, pero como en México no los había, hubo necesidad de traerlos de Europa.
Así, el documento más antiguo que se tiene en el Archivo General de la Nación data del siglo XIII y es la certificación de autenticidad de unas reliquias traídas a Nueva España. Este documento llegó como respaldo del envío.
Durante la Etapa Colonial en México, las primeras ordenanzas para el gremio de trabajadores de la cera datan del 10 de mayo de 1574.
El aprovechamiento de la cera fue para hacer velas, y en este sentido, la Iglesia requería de estos productos para sus ceremonias cuyo consumo aumentaba en la Cuaresma, la fiesta de Corpus y Todos los Santos.