Los tres centros comunitarios con los que cuenta la IAP (ubicados en las colonias Morelos y Ajusco Coyoacán, así como en el barrio de San Antonio, en Xochimilco), donde se brinda orientación a sus familias para buscar alternativas de vida digna.
Sobre todo, se trabaja para tratar de revertir la vulnerabilidad de los niños para quienes las calles son su principal ámbito de vida y de trabajo.
A lo largo de poco más de 27 años, Ednica ha desarrollado dos grandes programas: «Uno de ellos para tratar de disminuir la participación laboral de los niños en el espacio público, y el otro para la defensa de sus derechos. En ambas iniciativas el eje central ha sido el fomento a la lectura, la cual no vemos como entretenimiento, sino como herramienta fundamental para nuestra labor, pues lo que más nos importa es que todos los chicos que atendemos vayan a la escuela», explica Bertha Bocanegra, directora de procesos educativos y ejercicio de derechos en esa IAP.
Los miércoles por la mañana, al centro comunitario de Xochimilco acuden al grupo de maternal pequeñitos de dos a cuatro años. De inmediato van a los libreros, que tienen forma de colmenas, toman un libro y buscan un rinconcito donde sentarse a leer. Algunos se quedan dormidos, pero cuando despiertan, sin sobresaltos, continúan su lectura o caminan al área de juguetes, antes de que les sirvan la merienda que algunas madres voluntarias preparan. Los libros se han convertido en objetos familiares para ellos.
También hay grupos de niños en edad prescolar y algunos que cursan los primeros años de primaria. Ahí están Jonatán, que es un as en matemáticas, o Abraham, quien presume que a sus cinco años ya sabe leer y muy bien.
Cuando el visitante los observa, alegres, participando en todas las actividades que les proponen los educadores, es difícil imaginar que muchos de ellos no tienen casa o que viven situaciones de violencia intrafamiliar, inclusive de adicciones.
Una de las jóvenes que atienden al grupo de maternal llegó a Ednica cuando tenía 12 años. No sabía leer ni escribir, ni siquiera contaba con acta de nacimiento. Ocho años después, estudia el bachillerato y es una de las educadoras más comprometidas y queridas por los niños.
«Con todo lo que implican las dificultades de nuestro sistema escolar, creemos que es indispensable que todo niño asista a la escuela», continúa Bertha.
“Cuando contactamos a los chicos en la calle para invitarlos a venir a Ednica, muchos ya están escolarizados, pero su aprendizaje es muy limitado y su rendimiento escolar terrible, porque está asociado a las circunstancias que viven cotidianamente en la calle; esa es la vulnerabilidad que tratamos de revertir.
“Por eso pensamos que la lectoescritura es una puerta fundamental para desarrollar en ellos las habilidades cognitivas que fortalecerán no sólo la parte escolar, sino todo su desarrollo intelectual. Si bien no contamos con herramientas para enfocarnos en hacer con ellos las tareas escolares que les ayuden con los contenidos oficiales de la escuela, si no atendemos lo básico, que es el asunto de la lectoescritura, no podrían avanzar.
«A los centros comunitarios llegan muchos niños y jóvenes que no saben leer ni escribir, por eso en un inicio nos enfocamos en que aprendan a hacerlo, pues tiene que ver también con la recuperación de su voz, del pensamiento, de la experiencia lectora que, por supuesto, también debe brindarles la parte recreativa y gozosa. Queremos que los niños y jóvenes, además de leer, escriban, que nos cuenten sus historias, porque tienen también el derecho a la expresión.»
Es así como Ednica lleva a cabo diversos proyectos de fomento a la lectura. Uno de ellos fue la publicación del libro Sueños y palabras (donde viene el relato de Karla, mencionado anteriormente), el cual recibió el apoyo de las fundaciones C&A y D’Entreprise, que hicieron posible el programa Yo trabajo por mi derecho a la educación.
Otra iniciativa fue la instalación de las colmenas-libreros, por la organización civil El Ingenio, con sede en San Cristóbal de las Casas, Chiapas. «Una gran idea», considera Bocanegra «porque ahí los niños se sienten resguardados por el espacio de lectura: no sólo están a gusto, sino que se sienten parte de una comunidad lectora. Por eso también buscamos que las actividades promuevan la participación de todos».
Sicólogos, pedagogos, trabajadoras sociales y antropólogas colaboran con la IAP que en un principio contaba con un albergue para los niños, pero ahora ha transformado sus espacios en centros de día, “porque nos interesa que aprendan a ser autosuficientes. Les presentamos nuestro modelo de intervención como si fuera el juego de mesa La oca; es decir, les explicamos que en la vida, no sólo en la de ellos, sino para cualquier persona, hay avances y retrocesos.
“Les decimos que hay logros y quebrantos, o estancamientos que permiten luego un impulso importante. Por ejemplo, en este momento tenemos un programa de renta tutelada, el cual se implementó en la institución después de buscar con ellos mismos entre varias opciones.
“La renta tutelada es darles a las familias dinero para que busquen un lugar donde vivir, pero para que se les otorgue ese recurso deben pasar por un proceso, por una serie de cambios. Uno de los problemas más fuertes que afrontan quienes viven en situación de calle es el consumo de drogas; además, muchos son padres o madres adolescentes. Entonces los orientamos para que lleguen a una etapa de rehabilitación, también para que busquen otras alternativas de empleo. Ahorita están en este programa 20 familias, todas ellas con niños.