Marc Zuckerberg, fundador y presidente de Facebook, tiene un nuevo asistente personal. Se llama, como buen y estereotípico mayordomo, Jarvis y al igual que el homónimo asistente de Tony Stark en las películas de Iron Man, es virtual.
En un extenso artículo para Fast Company, Zuckerberg explica que lo ha creado en su tiempo libre, dedicándole unas 100 o 150 horas de trabajo.
Funciona tal y como cabría esperar. Se le puede pedir que encienda las luces de una habitación o que comience a reproducir una canción determinada. Falla, también. Durante el encuentro con Fast Company tuvo que pedir cuatro veces que pagases las luces de una habitación.
Zuckerberg, que ya no programa tanto como antes, se ha tomado el proyecto como unas cortas vacaciones -apenas unas horas a la semana- del puesto de CEO para volver a sentirse como un ingeniero. El resultado, no obstante, confirma que este tipo de asistentes aún necesitan de uno o dos avances importantes para ser considerados por el gran público.
La parte más compleja, y de la que Zuckerberg se siente más orgulloso, es la capacidad de Jarvis para entender cierta ambigüedad en las frases.
En su estado actual, Jarvis no es capaz de hacer mucho más de lo que ya hacen Alexa, Siri, Cortana o Google Home. Acierta muchas veces, falla unas pocas. En ocasiones entiende el contexto de una frase, en otras no. No importa lo avanzados que sean los esfuerzos en inteligencia artificial de la empresa que esté detrás de ellos, los resultados de momento momento son comparables.
Necesitamos más, pero lograrlo va a requerir grandes dosis de paciencia y un esfuerzo coordinado. Los asistentes virtuales, a base de escucharnos una y otra vez, pueden entendernos cada vez mejor pero al final están limitados por muchísimos factores, incluido el soporte de los objetos que queremos que controlen -recientemente hemos empezado a crear estándares para controlar mediante voz las luces de casa o las cámaras de seguridad, pero son estándares aún en pañales-.
Y, al final, hay que aceptar que incluso los humanos tenemos problemas para entender una orden ambigua directa o si alguien está hablando con nosotros o con la persona que tenemos detrás. Años de evolución nos han permitido afinar nuestras habilidades sociales y comunicativas, pero siguen siendo imperfectas. Una algoritmo, al menos de momento, no puede aspirar a mucho más.