Tigres sobrevivió a un partido dinamitado por el árbitro, una guerra colosal que le propuso el América en su campo y que se tuvo que ir al extremo, entre litros de sudor, adrenalina, golpes y malas decisiones.
El América murió por su propia boca, ahogado con los penales otra vez, como le sucedió en la Copa. No hay nombres en las Águilas cuando se trata de meter el balón desde el manchón penal.
A la refriega sin tregua que pusieron le faltó el colofón mental de saber patear un disparo sin temblor en las piernas.
Tigres en ese alambre de funambulista se lanzó al abismo con la seguridad que da tener una rede amplia, se llama Nahuel Guzmán, mide 1.92 metros pero cuando se para en la línea de cal para detener un disparo penal, parece que sus manos tocan el cielo.
Atajó tres al América y les quitó el campeonato que saborearon en los tiempos extras.
El ritual de quitarse y ponerse los guantes dejó más nervioso de lo que debiera a más de uno en el América, un equipo huérfano de estrellas cuando se trata de meter los tantos definitivos.
Lo cierto es que la final se definió cardiacamente. El América fue voraz sin importarle la ciudad en la que estaba.
Monterrey es una fortaleza que protege a sus equipos y la cancha y afición, como reptil, trepa en las piernas de los visitantes. Pero en el caso del América, no había señales ni de miedo ni de cansancio.
Una vez establecido que el América convertiría el campo universitario en un circo romano, con sangre y leones alrededor, a los chicos del Tuca Ferretti no les quedó más que tomar la condición de anfitriones.
En ese emparejamiento hubo demasiada fantasía, mucha imaginación pero una cruda realidad. El partido enfangado por el esfuerzo, fue subiendo de nivel conforme los equipos se decidieron a dejar el miedo atrás.
Entonces apareció Gignac con tiros al poste, se revolvió Oribe Peralta fallando un gol a milímetros de la portería, se sublimó Moisés Muñoz con disparos de Aquino o Michael Arroyo trató de trascender con sus clásicos tiros libres.
Los dos equipos se acorralaron, se midieron, se quitaron el balón y hasta el aliento pero ninguno fue capaz de traducir esa energía en un gol que definiera el asunto en 90 minutos. Los tiempos extras se fueron galopando entre las tropas. Choque de trenes y potencia.
La Volpe ingresó a Edson Álvarez cuando las piernas no le respondieron a Guerrero y el chico enfrió el Volcán.
Un cabezazo apenas perceptible puso rumbo al campeonato, como Nelson en su Trafalgar, ganaban en tierra prometida.
Con el Tuca Ferretti en la congeladora y el miedo en los ojos de volver a perder otra final con el América, empezó a mover el banquillo, agitado por la expulsión rigorista de Torres Nilo.
A esas alturas del partido, con el América ganando y el estadio lleno de glaciares, muchos apuntaban el índice al árbitro Jorge Isaac Rojas que repartió equivocaciones y regalos al por mayor.
Tensos todos y agobiados, los demonios se soltaron de la caja de Pandora cuando antes de acabar el primer tiempo se repartieron puñetazos, manotazos y palabras insultantes en una de las bancas.
Con los Tigres desquiciados y los americanistas reservando gasolina, el encuentro entró en la espiral del barrio, en la cascara que termina con la sangre en el río.
El saldo fueron dos expulsados más, Rivas y Goltz, que aparentemente no tenía culpa de nada. Antes, Sambueza ya había hecho su cotidiana falta para irse a bañar.
La Volpe en cualquier caso, se puso matemático. Dividió los minutos que restaban con los jugadores que tenía y los metros que había que cubrir. Nada más arriesgado en el Volcán, con Tigres dando embates de toro embravecido y apostando todo al último minuto. Y ese fuego que calcina lo sintió el América wn la piel. Si alguna vez le ayudó ahora probo la hiel.
En el suspiro definitivo vino el gol de Jesús Dueñas, cuando todo en la cancha era un caos, el pandemónium, una zona de alto riesgo.
El gol de Dueñas detuvo el corazón aguerrido de las Águilas y les dejó sin alma para los penales. Los Tigres cobraron con autoridad. Gignac, Pizarro y Junihno no se compararon a la lástima que causaron Güémez, William Da Silva y Silvio Romero. Aunque los verdaderos héroes de esta épica remontada fueran en realidad Dueñas y Nahuel Guzmán. Caprichoso el azar, el destino quiso arrebatarle al América y La Volpe un título que necesitaban para vivir.