Es fácil notar a la selva que ha devorado una zona arqueológica. Sabemos que los magníficos edificios prehispánicos de sitios como Palenque o Tajín son solo una muy pequeña muestra de ciudades ocultas por el tiempo y la vegetación. Algo similar ocurre con otra ventana arqueológica, una que no ve hacia los cielos o un verde paisaje, sino otra orientada hacia el inframundo: cenotes.
Es en estas pozas ubicadas dentro de la Península de Yucatán, algunas con kilómetros de túneles y cavidades subterráneas donde Guillermo de Anda ha realizado descubrimientos espléndidos. No obstante, aquellas donde se ha aventurado son una pequeña muestra de lo que podría estar ahí abajo.
“Falta mucho por investigar. Lo que vemos en los hallazgos más extraordinarios es de aproximadamente 10 cenotes, imagínese todo lo que nos pueden decir los otros 6 mil que existen en el área”, señala el primer arqueólogo mexicano en ser nombrado colaborador de la National Geographic Society. “Es una labor de mucho tiempo y muchos años”.
El investigador subacuático del INAH refiere que imaginar un escenario donde la selva engulle a los edificios, como el agua lo hace con otros tesoros arqueológicos, es una buena analogía porque por una parte está aquello que los investigadores ven a simple vista y lo que está detrás, oculto. “Pero además hemos buceado sitios muchas ocasiones y a veces dejamos de notar algún elemento que después nos llevó a otros descubrimientos. Es apenas la punta del iceberg, hay muchos elementos por encontrar”, apunta.