Gabriel Vizcaíno, director de “El eco de Antígona”

El director nos cuenta los retos a los que se enfrentó en este nuevo montaje. Dirigir una tragedia como Antígona no es algo sencillo pero algo que sin duda toca las fibras más sensibles de todos los involucrados, desde los actores hasta el público.

 

¿Cómo fue el proceso de montar este nuevo proyecto?

 

Debo decir que soy muy afortunado. Tengo dos cosas indispensables para que una obra sea apasionante: un buen texto y buenos actores. Llevamos dos meses ensayando y es increíble ver cómo los cuatro actores han crecido y han sabido darle su toque al montaje. Yo no busco que los actores se amolden a cierto estereotipo sino que desde su estilo de actuación y comprendiendo bien a los personajes creen algo maravilloso.

Agradezco mucho que los actores me escuchen, esto es un trabajo en equipo.

 

Los mayores retos de este montaje…

 

Quise explorar todas las posibilidades del texto para no quedarme con las emociones que brotan primero. Hay una gama gigante  de sentimientos en “El eco de Antígona” que fue complejo concentrarlas.

Además tuve que enfrentarme al teatro más puro, donde los actores solo cuentan con su voz, su cuerpo, y nada más. Por eso la dirección fue aún más complicada.

Por otro lado está la historia. No es una historia linda. Es atemporal pero muy dolorosa. Todos, de un modo u otro podemos vivir lo que vive Antígona, el rey o cualquier otro personaje. Quise hacerlos humanos para que el montaje fuera aún más comprensible y mucho más real. La tragedia de Antígona es inherente al ser humano. Un mensaje así no puede tampoco ser tomado a la ligera.

 

¿Qué representa para ti esta obra?

 

Un crecimiento gigante. Es un tipo de teatro al que nunca me había enfrentado como director. Lo había hecho como actor, como todos, en la escuela. Y es muy fácil caer en el cliché del estruendo y la exageración griega, como si fuéramos estatuas. Partir desde cero fue algo básico.

Me dio una visión diferente del teatro. De cómo aplicar lo que sabes y cómo guiar a los actores. Si para los actores es una aventura, para el director es más, porque los sentimientos están a flor de piel y tiene que saber cómo proyectar eso al público.

Un crecimiento integral, diría yo.