¿Cómo se hace un álbum musical?

Por: Ernesto Valenzuela

La realidad es que la mayoría de la música que escuchamos en la radio es producto de muchas más personas que el artista en sí mismo y conlleva mucho más trabajo y detalle de lo que se pensaría. Desde la composición hasta la distribución, la música es transformada de una figura fusiforme a una elaborada escultura por una serie de artistas especialistas en un nicho específico de este proceso. El camino comienza (comúnmente) con un músico y una serie de “demos” o bocetos de las canciones. Antiguamente, estos bocetos serian simples maquetas a voz y tal vez un instrumento (O una partitura en su defecto). Paul Mcartney y John Lennon por ejemplo, recibirían una llamada de George Martin (su productor) para ponerse a trabajar en nuevas canciones. Unos días después llegarían a Abbey Road (El famoso estudio de grabación en Londres) a mostrar sus nuevas canciones al aclamado productor, quien decidiría en que canciones valdría la pena trabajar. Mcartney y Lennon, enseñarían al resto de la banda las canciones, seguido por sugerencias de Martin y la grabación final en manos de Geoff Emerick, su ingeniero de grabación. Martin después ajustaría los niveles de cada uno de los instrumentos en la medida de los posible y el álbum se iría a preparación para vinil seguida de su distribución.

Los miembros del este proceso han permanecido, pero el proceso como tal, ha cambiado considerablemente. Hoy en día, las llamadas ¨maquetas¨ son un producto bastante cercano a la visión completa del artista, la tecnología ha hecho esto asequible. Hoy por hoy, la complejidad tecnológica necesaria para componer un arreglo de cuerdas en una laptop es comparable a leer el periódico en línea. Por otro lado, la etapa de grabación ahora es más impredecible que nunca. Más de un álbum contiene audios que fueron grabados en una atmosfera lejana a lo ideal o no contiene ninguna grabación del todo (únicamente instrumentos virtuales). Aunado a esto, la tecnología de grabación ha cambiado 180 grados. Por poner un ejemplo, “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, el álbum más famoso de Los Beatles, fue grabado en una grabadora de cinta de 8 canales. Hoy en día no es ninguna sorpresa las sesiones de más de 100 canales.

En los últimos años, la discusión acerca del uso de la tecnología para alterar el desempeño musical de los artistas debido a la tecnología se ha vuelto increíblemente densa. ¿Deberían los productores ajustar el tiempo de las ejecuciones musicales, afinar las voces y remover toda clase de imperfecciones? Las escuelas de pensamiento más claras en esta discusión son dos: Los que opinan que un artista debe de ser maestro de su profesión en todos los sentidos y que la necesidad de corrección habla de su falta de aptitud y por tanto no deberían dedicarse a ello, y los que opinan que el modificar el performance es parte del arte como tal (siendo el productor el artista de esta faceta). Parte de esta segunda escuela de pensamiento se fundamenta en la tercera etapa de la producción música: la mezcla. En esta, el ingeniero de mezcla ajusta los volúmenes de cada canal acorde a la canción y, en adición a los que se acostumbraba antiguamente, procesa cada uno de los sonidos para reforzar la idea que el artista busca transmitir. El ingeniero de mezcla, en otras palabras, labra cada uno de los sonidos para crear una atmosfera sonora apropiada a la canción. Así como como en el mundo del cine, esta etapa resulta casi siempre en una desmedida exageración de la realidad. Pasada la etapa de mezcla un ingeniero de masterización analizará y procesará la canción como un todo, ajustando cada una en busca de consistencia y perfección sonora.

Indudablemente, contrario a los que se veía en los sesenta, setenta y ochenta, el proceso creativo se ha visto reducido a una menor cantidad de componentes. La demanda por especialistas no ha sido (ni será) sanada nunca, como cualquier otro arte, la música siempre requerirá de más manos artesanas que busquen su perfección.