Cada vez que muere un animal en peligro de extinción en el Zoológico de San Diego, los investigadores se movilizan, sin importar la hora, para sacarles óvulos o esperma, tal vez un pedazo de oreja o del globo ocular, y congelan cuidadosamente las células en nitrógeno líquido.
La supervivencia del rinoceronte blanco del norte y de decenas de otras especies podría depender hoy de una colección reunida a lo largo de casi 40 años que ha pasado a ser el banco genético más grande de su tipo.
Las probetas congeladas podrían ser usadas algún día en experimentos para resucitar animales que se han extinguido hace poco. Tanques de acero inoxidable guardan el material genético de más de 10 mil animales individuales de más de mil especies y subespecies.
La relevancia de este trabajo se puso de manifiesto cuando el Parque de Safaris de San Diego perdió a Anglifu, fallecido de cáncer en diciembre, con lo que quedan apenas cuatro rinocerontes blancos del norte en el mundo, ninguno de los cuales tiene capacidad de reproducir.
Los científicos se afanan por encontrar la mejor forma de usar el esperma congelado del banco para producir otro rinoceronte antes de que fallezca el último de los cuatro que quedan, lo que podría suceder a lo largo de la próxima década.
Hay quienes se preguntan si se justifica gastar millones de dólares en especies de las que quedan apenas un puñado de ejemplares.
El banco es valorado como un archivo genético que ha ayudado a promover la inseminación artificial, la fertilización in vitro y la tecnología de células madre. Pero hay un intenso debate en torno a qué tan lejos debe llegar la investigación.