¡Viva la vida!, gritaron los artistas visuales Marisa Lara y Arturo Guerrero al convocar ayer al público a celebrar su estancia en la Tierra con un gran abrazo, esto con motivo de “La siempre viva vive”, conjunto escultopictórico de cuatro obras, realizadas en acero, instalado en la céntrica Plaza de Tlaxcoaque.
Para entonces, Lara y Guerrero se habían convertido en su alter ego los siameses, que se caracterizan por estar unidos mediante la ropa. La acción de los allí presentes de tomarse de la mano, reunidos en un círculo, se repitió dos veces más.
Lo que hasta hace poco era un camellón cualquiera ahora adquiere características de un ágora escultural con esta exposición al aire libre, con todo y fichas explicativas, que invita a los transeúntes a sentarse en las esculturas-bancas, a convivir, enamorarse, reflexionar, tomarse un helado, leer, es decir, sencillamente pasar un rato de respiro en esta ciudad, cuya vorágine parece impedirlo, expresa Lara.
Son, en efecto, esculturas interactivas porque las personas pueden refugiarse en ellas. Están hechas como un abrazo, un apapacho para el público. La entrevistada explica que el proyecto se incubó durante cinco años y surgió a raíz de la epidemia de influenza que padeció México en 2009. Lara y Guerrero, quienes integran los Siameses Company, pensaron que a pesar de la enfermedad el público podía abrazarse de todos modos y disfrutar de la ciudad, dado que las personas merecen arte y cultura para tener una vida mejor.
Fue un proceso complicado, tanto en lo conceptual como en la producción; incluso, Guerrero tuvo que ser operado porque desarrolló un par de hernias al querer cargar el pesado metal.
Si optaron por crear cuatro esculturas se debió a cierta magia de esa numeralia, ya que cuatro son los puntos cardinales, las estaciones del año y los elementos. Además, las esculturas, pintadas con un vivo colorido, están llenas de una animalia fantástica, que a veces se muta con lo humano. Son como un libro de acero con páginas que parecen alas de mariposa, señala Lara, quien explica que el reto técnico consistió en hacerlas muy suaves a la vista.
La siempre viva vive, nombre que hace referencia a la capacidad de reinventarse de la ciudad de México, fue hecho expresamente para el espacio público metropolitano. Se propusieron múltiples sitios, por lo menos 15 diferentes, hasta que finalmente se decidió que el lugar más adecuado era el camellón a un costado de la Plaza de Tlaxcoaque.
Según Guerrero se trató de resignificar el sitio, ya que muy cerca está la calle de Cuauhtemotzin, que retrató el fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson en 1934; además en los terremotos de 1985 se cayeron varios edificios a su alrededor, en San Antonio Abad, en los que trabajaban las costureras. El entrevistado dijo que también fue el rumbo en que se accidentó la pintora Frida Kahlo en un choque de tranvía.
Una de las esculturas hace alusión a un paraguas a modo de metáfora de la incluyente ciudad de México, en la que cada quien construye sus sueños, sus galaxias de ilusiones y de propuestas. Una segunda inmortaliza a Frida, un minino mascota de los Siameses que vivió 21 años. Para Guerrero los animales vienen a ser los otros, incluidos en la vida de los seres humanos. Si al niño se le sensibiliza al mundo de los animales, será un adulto mejor, va a respetar la vida, agrega.
La tercera escultura alude al mundo de los conejos, una especie de chamán con tenis, ya que estos animales forman parte de la cosmogonía precolombina y de diversas culturas. Tienen una velocidad relacionada con la ciudad; todos siempre andamos corriendo.