A 11 meses de su fallecimiento, José Emilio Pacheco no faltó a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y el homenaje en su memoria llenó uno de los salones en donde su hija, Laura Emilia, y su viuda, Cristina, también participaron.
“Escribir mucho, leer mucho y publicar poco, fue una máxima que siguió a lo largo de su vida”, leyó Laura Emilia un texto enviado por Vicente Quirarte, quien no pudo asistir a la presentación.
Cristina, sentada entre el rector de la UdeG, Tonatiuh Bravo, y el presidente de la FIL, Raúl Padilla, permaneció emocionada durante las casi dos horas del homenaje en que también participaron Álvaro Uribe y Rafael Olea Franco.
“Perder a un hombre de palabras es una catástrofe mayor en esta patria indiferente, de miras estrechas y satisfacciones inmediatas. Perder a José Emilio Pacheco ha sido uno de los mayores desastres que le han ocurrido a México y a la lengua (…) Nos queda su enorme herencia, que son sus palabras”, culminó Laura Emilia la lectura de las palabras de Quirarte.
Álvaro Uribe, quien fue agregado cultural de México en Francia donde editó la revista bilingüe Altaforte y tuvo la oportunidad de conocer a José Emilio en su estancia en París, leyó un texto que tituló Pacheco, con la epígrafe “he cometido un error fatal y lo peor es que no sé cuál”.
Señaló que el autor de “Las batallas en el desierto” entre sus múltiples legados dejó, acaso, como mayor enseñanza que quien no sabe la historia no sabe nada. También afirmó que el portentoso trabajo periodístico de Pacheco lo ejerció casi como un servicio social, creando un género literario con sus crónicas y artículos.
Dijo que los aproximadamente 2 mil 500 artículos que escribió a lo largo de 50 años podrían llenar 15 o 20 tomos, por lo que aún queda mucho por leer del poeta, ensayista y traductor en una obra que en su conjunto podría ser una de las mayores de la literatura en lengua española.
El crítico literario Rafael Olea Franco recordó varias anécdotas de la vida de Pacheco, su proverbial modestia, como cuando en 1965 cuando se le incluía junto a Carlos Monsiváis como parte del “decanato de las promesas literarias” porque entonces ya tenía obra publicada, dijo que ojalá no integrara esa descripción para siempre.
También fue un intelectual que hizo de la ética una bandera, por ejemplo en 1990 cuando publicó la reedición de “La sangre de la medusa y otros cuentos marginales”, dijo que hasta donde sabía esa obra ostentaba “el influjo descarado de Jorge Luis Borges”.