Katie Bouman, de 29 años, es la investigadora que lideró la creación del algoritmo que permitió a los científicos capturar imágenes de un agujero negro por primera vez.
La joven ingeniera estudió el doctorado en ciencias de la computación en el MIT y en 2016 encontró un método para obtener las imágenes de estos fenómenos de la galaxia. Para ello, unió las medidas astronómicas de telescopios de todo el mundo. Llamó al algoritmo CHIRP [Continuous High-resolution Image Reconstruction].
Un equipo de más de 200 astrónomos internacionales, gracias a CHIRP, capturaron las primeras imágenes directas de un agujero negro. Aunque muchos se decepcionaron por la poca nitidez de la fotografía, es una verdadera hazaña que requirió ocho observatorios en cuatro continentes.
La histórica fotografía, obtenida a partir de una red ocho observatorios situados en distintos puntos del mundo, consiste en un anillo con una mitad más luminosa que la otra, que corresponde al agujero negro supermasivo ubicado en el centro de la galaxia M87, a 53,3 millones de años luz de la Tierra.
«Hemos transformado un concepto matemático, algo que se explica con fórmulas en una pizarra, en un objeto físico que se puede observar«, explicó el italiano Luciano Rezolla, profesor de Astrofísica de la Universidad Goethe de Fráncfort y parte del equipo científico responsable del hallazgo.
La imagen se «construyó como un puzzle» a partir de diferentes fotografías tomadas en cuatro días distintos por la red de telescopios funcionando como un único radiotelescopio, comentó la investigadora polaca Monika Moscibrodzka,
«Nada del interior puede vivir y ser transmitido al exterior (…). No puedes ver un agujero negro, pero puedes ver su sombra, que se produce cuando la luz desaparece tras el horizonte de sucesos (del agujero)», explicó el presidente del consejo del Telescopio del Horizonte de Sucesos, Heino Flacke.
Los agujeros negros, imaginados a inicios del siglo XX por el físico Albert Einstein y teorizados por su colega Stephen Hawking en los años setenta a partir de la radiación que emiten, son una masiva concentración de materia comprimida en un área pequeña que genera un campo gravitatorio que engulle todo lo que le rodea, incluida la luz.
Ese misterioso fenómeno astrofísico supone la última fase en la evolución de un tipo de enormes estrellas que son al menos 10 veces más grandes que el Sol. Cuando una «gigante roja» se acerca a la muerte, se repliega sobre sí misma y concentra su masa en una superficie muy pequeña, que se conoce como «enana blanca».
«La astronomía es algo que no se hace solo desde tu despacho. A veces hay que embarcarse en una expedición. Y hace dos años unos científicos se embarcaron en una expedición al lugar más remoto», resumió en la presentación el español Eduardo Ros, coordinador del Departamento de Radio Astronomía/Interferometría de muy larga base del Instituto Max Planck de Bonn (Alemania).