La noche de este martes 1 de octubre, murió el historiador, filósofo y humanista Miguel León-Portilla, uno de los hombres más sabios y generosos que han existido en el México contemporáneo, estudioso y defensor comprometido de las culturas originarias de nuestro país, académico insigne, investigador dedicado y persona de bien, confirmó la Universidad Nacional Autónoma de México.
El deceso ocurrió en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán donde permaneció internado los recientes meses cuando en enero fue hospitalizado (primero en un nosocomio particular) debido a problemas respiratorios. Tenía 93 años.
Apenas el jueves 12 de septiembre, el historiador recibió la Presea Nezahualcóyotl, que otorga por primera vez la Secretaría de Educación Pública, en su cama de hospital, ante la presencia de sus familiares.
El ultimo gran tlamatini (hombre sabio, en náhuatl), como algunos acostumbraban a denominarlo en señal de respeto a su erudición y su caballerosidad, se fue en paz, después de una existencia prolongada y prolija, tanto en lo personal como en lo profesional, “una vida feliz y completa, con exceso de juventud a cuestas”, según decía de forma reiterada en los últimos tiempos.
Miguel León-Portilla nació el 22 de febrero de 1926, en la ciudad de México. Su vida estuvo marcada por un afán incesante de conocimiento. Testimonio de ellos es que leía, hablaba y escribía el español, el inglés, el francés y el náhuatl; leía y hablaba el alemán, el italiano y el portugués, y leía latín y griego.
Otra de sus grandes directrices vitales fue el interés por el rescate y la divulgación del tlalolli o la antigua palabra de los pueblos nahuas, tarea en la que fue continuador directo de la obra iniciada por el padre Ángel María Garibay, su mentor.
En una detallada semblanza que le dedicó la Revista de la Universidad, se le presenta como historiador, lingüista, antropólogo, etnólogo y filósofo, así como un un mexicano creativo e idealista, incansable estudioso de la lengua náhuatl y su filosofía, maestro que siempre tuvo la firme convicción de aprender algo nuevo cada día.