Cuando Elizabeth Turtle recibió, el 26 de junio, esa tan esperada llamada de la NASA, la invadió la alegría: su plan para enviar un dron a Titán, la luna más grande de Saturno, que se había estado analizando por 15 años, logró luz verde y un presupuesto de unos mil millones de dólares.
«Va a suceder muy rápido, porque hay mucho que hacer», dice Zibi Turtle, de 52 años, una planetóloga del Laboratorio de Física Aplicada de la Universidad Johns Hopkins, cerca de Washington, un gigante centro de investigación de 7 mil personas.
El dron, un cuadricóptero teledirigido de 600 kilogramos, aterrizará en Titán, a mil 400 millones de kilómetros de la Tierra, más allá de Marte y Júpiter, en 2034.
El ritmo de la planetología no tiene paralelo con el de casi ninguna otra disciplina científica. Las distancias son de tal magnitud y los robots que se envían tan sofisticados que los investigadores dedican sus vidas a un puñado de misiones.
Formada en el MIT y en la Universidad de Arizona, Turtle recuerda las primeras imágenes rudimentarias de Titán, tomadas por el Telescopio Espacial Hubble en la década de 1990. La investigadora estuvo entre los primeros en recibir, en 2004, primeros planos de Titán enviados por la sonda Cassini, lanzada siete años antes.
«Fue fascinante ver nubes en otro planeta», cuenta. «Pero no teníamos idea de lo que había en la superficie, solo se distinguían áreas brillantes y oscuras».