Es el olor a jabón y la blancura almidonada del mantel casi humeante de la plancha lo que nos hace levantar la mirada y notar La última cena más peculiar de la historia del arte, colocada en el refectorio de la basílica de Santa María Novella: la única Última cena conocida en la era moderna realizada por una mujer, Plautilla Nelli (1524-1588), y que una restauración ha devuelto a la vida.
El trabajo ha sido dirigido por Rosella Lari y promovido y financiado por la organización estadunidense Advancing Women Artists (AWA), fundada por Jane Fortune (fallecida en 2018), a través de una colaboración de 19 países aunada al programa ‘‘adopta un apóstol’’.
Plautilla Nelli fue una monja dominica autodidacta que creó un activo taller de pintura en el convento de Santa Catarina en la plaza de San Marcos (cerrado en 1808), donde tomó votos a los 14 años. Su producción pictórica fue fruto de una participación colectiva que entrenó y dirigió entre sus correligionarias, produciendo tanto obra pública como privada que sirvió a la manutención del convento.
La última cena fue su obra más ambiciosa: una enorme tela al óleo de más de 6 metros por 2. Las figuras de los apóstoles son de tamaño natural. Un cuadro ambicioso que la puso frente a un tema clásico por excelencia y de profundo raigambre en Florencia desde el Medievo. Lo firmó junto con la frase Orate Pro Pictora (reza por la pintora), hecho raro en la pintura del Renacimiento pero común entre los frailes dominicos integrantes de la llamada Escuela de San Marcos, capitaneada por Fra Bartolomeo. De él heredó la búsqueda de la simplicitas (sencillez) promovida por el fraile Savonarola (quien fue prior del convento de San Marcos entre 1491 y 1498), así como sus dibujos e instrumentos para trabajar y desarrollar su actividad, como maniquíes de madera.
Nelli no podía competir con sus célebres colegas profesionistas (Domenico Ghirlandaio, Perugino, Andrea del Sarto, entre muchos más). Su cuadro presenta fallos en la perspectiva, en el sombreado y en las proporciones, además de una diferencia cualitativa dentro del mismo por la diversidad de las manos que lo realizaron. Sin embargo, Plautilla dejó un testimonio vital del tema, proponiendo una combinación audaz de tonos cual herencia del manierismo florentino, que extrapola en las túnicas de los discípulos, en una explosión de carmesís, azafranes, añiles y musgos.
No hay nada que nos permita percibirla como una obra al ‘‘femenino’’, excepto la generosidad con la que invita al observador a formar parte del banquete donde además del vino y el pan, hay verduras y cordero puestas en finas bandejas de porcelana china, un detalle este último frecuente entre los artistas de ese tiempo, para dar un toque de exotismo refinado. Las vajillas chinas las poseían sólo pocos monarcas de Europa; los Médici fueron de los primeros en coleccionarlas desde el siglo XV.
Cada elemento de la mesa de Plautilla tiene una simbología alegórica y una finalidad estética. La vajilla, las copas, los cubiertos y los distintos materiales denotan el buen gusto de la pintora, que provenía de una rica familia de comerciantes. Entre otros detalles recuperados con la restauración está el portamonedas en piel de Judas, decorado con florecitas. La artista se interesó en representar también detalles del cuerpo, cómo venas y tendones de los brazos, al igual que las expresiones faciales, con gran cuidado.