El rastro de un venado condujo por accidente al explorador Giles Greville Healey y a su guía, el lacandón Chan Bor, a dar con lo que Salvador Toscano llamó sin reparo “la Capilla Sixtina de América”: los murales del Templo de las Pinturas de Bonampak.
Los trazos descubiertos 70 años atrás a la luz de la antorcha de Healey y Bor, ahora son recuperados y redescubiertos por restauradores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Por secuencia arquitectónica, las formas y los colores que colman los muros y la bóveda del Cuarto 3 —la primera habitación en la que se adentraron en 1946 el explorador estadounidense y Chan Bor—, solían ser los últimos en recibir tratamientos de conservación por parte de los especialistas.
Es hasta 2009 que Haydeé Orea, directora del proyecto de conservación de los murales y coordinadora de la Sección de Conservación del Centro INAH Chiapas, comenzó la intervención en sentido inverso, del Cuarto 3 hacia el 1.
Tras la conservación de su bóveda y tres muros, realizada tiempo atrás, en los últimos meses de 2016 restauradores del Centro INAH Chiapas —con apoyo de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, de la institución— regresaron al pequeño sitio localizado en la espesura de la selva lacandona, en Ocosingo, Chiapas, para avanzar en la conclusión de estos trabajos.
El resultado obtenido en el Cuarto 3 será el paradigma para emprender tareas de limpieza, conservación y reintegración cromática en el otro par de cuartos, los cuales tienen una mayor cantidad de intervenciones. Los tres aposentos albergan alrededor de 250 m² de pintura prehispánica maya.
Cabe hacer hincapié en que en esta labor ningún trazo ha sido modificado o “inventado”, sólo en algunos puntos se utiliza la acuarela, material que es totalmente reversible. La aplicación de la técnica conocida como rigattino (a base de finas rayas) permite distinguir la intervención con respecto a la pintura original.
En la estrechez del Cuarto 3, los restauradores Paula García Reyes, Abril Buendía, Jorge Coraza y Constantino Armendáriz deliberaron sobre los contornos de las figuras dispuestas en el muro central y que son el leitmotiv de las demás representaciones, el momento climático de la celebración bélica representada en las paredes: un ritual de autosacrificio.
Al retirar poco a poco el velo blanquecino de sales que cubre la capa pictórica, el cual se retira de forma mecánica con bisturí y espátulas dentales, los restauradores van descubriendo que las escenas retratan un hecho real acaecido hace más de mil 200 años, en el periodo Clásico Tardío, una batalla que encumbró a Chaan Muan II, penúltimo gobernante de Bonampak, contra la ciudad de Sak’ Tz’i’, y que debía trascender al tiempo.
Por ejemplo —comentan—, las escaleras que son la escenografía del citado ritual de autosacrificio, por donde ascienden y descienden los personajes en este acto celebratorio, son ni más ni menos que los peldaños del propio Templo de las Pinturas, también conocido como Estructura I. Como han observado, tienen la misma disposición.
La restauradora Paula García considera que el muro central “es complejo, tanto por la cantidad de personajes distribuidos en la escena, como por el manejo de la perspectiva en la pintura misma. Para no perderse en esta rica iconografía y recuperar las formas, es necesario primero entender bien el dibujo y conocer todos sus elementos”.
Así, a 70 años de su descubrimiento, los trabajos de conservación en las escenas del Cuarto 3 del Templo de las Pinturas de Bonampak, son una reiteración de las palabras dichas por Salvador Toscano: “Bonampak viene a probar que los mayas eran, antes que nada, estupendos artesanos y pintores, y que Bonampak era una isla insospechada e insuperable