Cuando los humanos modernos se reunieron con los neandertales en Europa, las dos especies mantuvieron encuentros que dejaron a los humanos modernos una huella genética indeleble. Esta es la principal hipótesis para explicar por qué alrededor del 2% del genoma de todos nosotros, con la excepción de los africanos, procede de la otra especie humana inteligente. Esa herencia nos favoreció en buena parte. Reforzó nuestro sistema inmune, y con ello la capacidad para evitar infecciones, pero también provocó un efecto mucho menos deseable: la propensión a las alergias.
Esta es la principal conclusión de dos estudios independientes publicados en la revista American Journal of Human Genetics. Janet Kelso, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, Alemania, es la autora principal de uno ellos. La investigadora cree que el cruce con dos especies de humanos arcaicos, los neandertales y los denisovanos -un homo cuya existencia se dio a conocer en 2008 tras el hallazgo en una cueva de Siberia de un hueso de un dedo y un diente-, ha influido en la diversidad genética de hoy en día, concretamente en tres genes que tienen que ver con la inmunidad innata y que pertenecen a la familia del receptor humano del tipo Toll, TLR1, TLR6 y TLR10.
Estos genes se expresan en la superficie celular, donde se detectan y combaten los componentes de bacterias, hongos y parásitos. Estos receptores inmunes son esenciales para la obtención de respuestas inflamatorias y antimicrobianas y para la activación de una respuesta inmune adaptativa.