La felicidad, la tristeza, la ira y el asco, entre otras emociones, duran como máximo 25 minutos, pues desde el momento en el que se experimentan, el cerebro las atenúa gracias a su capacidad para desensibilizarse.
Este proceso biológico se puede ver afectado por aspectos psicológicos y sociales en una persona, de ahí que para algunos sea más difícil superar pérdidas o querer prolongar la felicidad, cuando esta ya terminó.
Algunas emociones en etapas críticas de la vida van a generar trastornos de la personalidad, y su impacto es negativo para la persona”, asegura en entrevista el investigador del Instituto Nacional de Psiquiatría “Ramón de la Fuente Muñiz” (INPRFM), Eduardo Calixto González.
De forma anatómica, las conexiones neuronales se hacen más evidentes entre los 8 y 12 años, por lo que si un niño aprende violencia estas se verán modificadas, lo que hará que el pequeño no pueda identificar de manera adecuada las emociones.
El jefe del Departamento de Neurobiología del INPRFM explica que la amígdala cerebral, el hipocampo, el giro del cíngulo y la corteza prefrontal son las áreas cerebrales involucradas en la percepción y evaluación de las emociones.
La amígdala cerebral es responsable del inicio de la emoción; el hipocampo de la memorización del evento y de la circunstancia a la que está asociado, mientras que el giro del cíngulo interpreta la evaluación a futuro.
Esta área no sólo evalúa las propias emociones, sino también la mirada, la expresión de la boca y el lenguaje corporal de otras personas, con una interpretación de las emociones de los demás.
Reconocer que las emociones son cortas, en especial la felicidad, permitirá que una persona disfrute el momento y lo que tiene, señala Calixto González, quien añade que aunque se establezcan ciclos, estos se vivirán de forma diferente.
Agrega que cuando una persona se siente feliz, su cerebro libera dopamina y conforme el tiempo pasa la cantidad de esta sustancia disminuirá, Así, en las primeras etapas de la vida, de la adolescencia a los 25 años, las personas son más felices.
Por otro lado, en las emociones negativas como la ira y la tristeza, el proceso de amplificación de la señal hace que la memoria establezca atención selectiva desactivando otros elementos.
Es así como se favorece la memoria hacia lo negativo y desaparecen de cierta forma los aspectos que podrían disminuir el dolor a futuro, abunda Calixto González.
“No es lo mismo una emoción negativa ante algo inesperado que ante un suceso esperado”, pues cuando sé que va a morir alguien cercano o me voy a despedir de alguien, la preparación de esos eventos hacen que la emoción sea más controlable. Ocurre lo contrario, cuando la noticia o el evento es de forma inesperada, apunta.
La corteza prefrontal, que es la parte cerebral que mayor evolución tiene en los mamíferos y es la región que está arriba de los ojos, es la de mayor conexión y sirve para contener las emociones.
Es decir, la corteza prefrontal evalúa y pondera si es importante continuar o disminuir la generación de una emoción.
De modo que ante la pérdida de un ser querido o algo material, el dolor que se experimenta debe disminuir en menos de un año; ya que la corteza prefrontal y el hipocampo que aprendió lo controlarán y disminuirán los aspectos dolorosos.
Sin embargo, cuando estos dolores duran más de ese tiempo se llega a la conclusión de que hay un trastorno de la personalidad, agrega.
No obstante, la cultura propicia los apegos, así que cuando estos son muy grandes, es decir, conductas que se generan y se aprenden desde pequeños, al llegar a la adultez costará más trabajo la asimilación de las pérdidas.
De ahí, expresa el especialista, es necesario enseñar a un niño lo que significa la pérdida de un ser querido, pues lo anatómico tiene una gran retroalimentación con los aspectos sociales y psicológicos.