Cuando una mujer se convierte en madre, su cerebro experimenta algunos cambios en la corteza, en regiones que influyen en sus relaciones sociales. Esto pudo ser documentado por el primer estudio de imágenes cerebrales obtenidas con resonancia magnética, en el que participaron 25 mujeres durante el embarazo y después del parto.
Los estudios fueron realizados por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y publicados en la revista científica Nature Neuroscience. Éste es el estudio más reciente sobre el cerebro y la maternidad, y plantea que el cambio más importante que ocurre en el cerebro de una mujer cuando se ha convertido en madre es la ampliación de las áreas del cerebro relacionadas con la empatía hacia otros individuos.
El cambio fisiológico explica por qué la mayoría de las madres desarrolla habilidades adicionales para comprender la conducta y el estado de salud de sus hijos, desde recién nacidos, pero además, hay una inhibición del instinto de supervivencia individual; por ello la madre es capaz de colocar en segundo término su propio bienestar, como explicaron los 13 investigadores co-autores del estudio, encabezados por Elseline Hoekzema, Erika Barba Müller y Cristina Pozzobon.
Proteger a los hijos antes que la vida misma es mucho más que una actitud moral, espiritual o emocional. Es, de acuerdo con este estudio científico, una necesidad evolutiva y de preservación de la especie.
“Normalmente en el instinto de supervivencia el individuo se antepone a la especie, pero cuando tienes un hijo, el bebé es lo primero, antes que tu propia persona. Para la evolución humana es muy importante no sólo huir del peligro, como dicta el instinto de supervivencia, sino asegurarte de que tu hijo va a ser capaz de transmitir tus genes”, explicó la doctora Susanna Carmona, co-autora del estudio y miembro de la Unidad de Investigación en Neurociencia Cognitiva de la UAB.
La resonancia magnética es una técnica, no invasiva, que sirve para estudiar el estado de diferentes tejidos y órganos de seres vivos, sin necesidad de proyectarles radiación, como ocurre con los rayos X. En la resonancia los pacientes son expuestos a magnetismo controlado, como si se tratara de un imán que se puede regular, y ese magnetismo hace vibrar moderadamente a los núcleos de los átomos de los tejidos vivos. A este fenómeno se le llama resonancia magnética nuclear y no causa daños en los tejidos estudiados.
Así se generan imágenes que pueden ser captadas y unidas por computadoras. La primera resonancia magnética, plana, se obtuvo en 1952, pero desde 1970 se usa esta técnica para armar imágenes en tres dimensiones o 3-D y buscar tumores. En los últimos diez años han aumentado los estudios que usan esta técnica para estudiar el cerebro.
En el caso de la investigación española, se usó la resonancia magnética para estudiar imágenes del cerebro de 81 personas, 45 de ellas eran mujeres y 36 eran hombres, pareja de las mujeres estudiadas. Estas parejas se dividieron en dos grupos: por un lado, las mujeres y hombres que estaban próximos a ser padres, mientras que en un segundo conjunto las parejas, hombres y mujeres, que no tenían hijos ni estaban en proceso de tenerlos.
En el caso de las 25 mujeres embarazadas se tomaron imágenes de resonancia magnética antes y después del parto, mientras que en el resto de los participantes –19 hombres futuros padres; 20 mujeres no embarazadas y 17 parejas de mujeres no embarazadas— se tomaron diferentes imágenes a lo largo de un año, en busca de cambios.
Como resultado, los investigadores de la UAB detectaron una reducción en determinadas zonas de la corteza cerebral de las mujeres que viven su primer embarazo. Esta disminución en ciertas zonas, asociadas a conductas egoístas y al instituto de supervivencia individual, hace que se faciliten otro tipo de relaciones sociales.
Ante la pequeña pero detectable modificación en los tamaños de las regiones de la corteza cerebral los neurocientíficos plantean que las zonas que resultan favorecidas son las que se activan cuando una mujer que acaba de ser madre mira la imagen de su bebé. Ésta es una de las afirmaciones que contiene el artículo publicado en Nature Neuroscience.