La muerte, para los antiguos mesoamericanos era la conclusión de una etapa de vida que se extendía a otro nivel. Los cráneos se conservaban en tzompantlis que son hileras de cráneos que se presentaban como trofeos o en rituales que simbolizaban el término de ese ciclo.
Cuando los españoles conquistaron México se prohibieron esos rituales, pero los pueblos indígenas se resistieron a eliminarlos y los sustituyeron por otros; así, las calaveras empezaron a fabricarse particularmente en Guanajuato, Morelos y el Estado de México, con una técnica española llamada “alfeñique”.
Esta consiste en una mezcla de azúcar caliente con un poco de limón que se funde hasta formar una masa líquida que se vacía en un molde, para dar la forma de un cráneo. Después, con azúcar coloreada, se agregan los detalles de forma artesanal, anillos en los ojos, espirales en la parte superior del cráneo y una sonrisa. Se acostumbra llevar en la parte superior, el nombre de la persona a la que está destinada.
Estas calaveritas no solo sirven para recordar a los muertos y el destino que todos compartimos, sino también son una forma de agasajar nuestro paladar y mantener una de las tradiciones más antiguas de nuestro país.