De las aguas mansas y cristalinas del Golfo de México emerge una gigantesca plataforma con grúas y taladros que extraen muestras de las profundidades.
La Misión 364, la primera en la historia que explora un cráter de impacto bajo el agua, anidó a principios de abril sobre la plataforma Myrtle, a 33 kilómetros frente a las costas de Yucatán. ¿Su objetivo? Descifrar el misterio de la extinción masiva que trajo a la Tierra un asteroide hace millones de años, descubrir cómo fue rebrotando la vida e incluso buscar pistas sobre la posibilidad de vida en otros planetas.
Para ello, científicos perforan un delgado túnel de 1.5 km de profundidad bajo el suelo marino, extraen ese corte tubular de roca y lo escudriñan buscando microfósiles y restos pulverizados del asteroide.
El laboratorio de 2 mil m2, acechado constantemente por tiburones, se encuentra suspendido en el aire sobre cuatro monumentales columnas que se enraízan sobre el cráter Chicxulub.
Esta colosal hondonada, de casi 200 km de diámetro y que abarca también territorio peninsular, es la huella que dejó en el periodo Cretácico un asteroide al impactar con la Tierra a unos 30 km por segundo hace 66 millones de años.
Ahora, una treintena de geólogos, paleontólogos y microbiólogos de Norteamérica, Asia y varios países europeos buscan los restos que dejó aquel meteoro proveniente de entre las órbitas de Marte y Júpiter.
Para Sean Gulick, del Instituto de Geofísica de la Universidad de Texas, «las grandes interrogantes son el origen de los cambios ambientales que causaron la extinción masiva y entender la recuperación de la vida en el periodo Paleógeno».