Había una época en que el rock era más que un género musical, era todo un movimiento cultural. Había una época en la que el rock era revolucionario y surgieron exponentes que hicieron mítico el género. Algunos de ellos aún hacen rockear como dicen The Rolling Stones, quienes junto al legendario Bob Dylan inauguraron la noche del viernes el llamado festival de rock del siglo Desert Trip, que se llevó a cabo en Indio, la misma ciudad californiana que acoge el evento de música alternativa Coachella.
El siglo pasado, el concierto más emblemático fue Woodstock. De aquel fenómeno musical se presentan este fin dos de los referentes: The Who y Neil Young. Sin embargo el comienzo se dio de la mano de Dylan, en un entorno relajado y multigeneracional, quizá impropio del enloquecido desorden que se espera de un festival de rock, el amplio escenario se vistió al atardecer con tonos morados que se reflejaban en las primeras filas de asientos, dedicados a las entradas más exclusivas.
Cuando el sol se apagó sobre el desierto californiano apareció refugiado tras el piano, con traje oscuro y sombrero blanco de ala ancha, para abordar una traviesa “Rainy Day Woman #12 & 35” que, quién lo diría, en 2016 cumplió 50 años. Mucho más dulce, casi encantadora, fue en cambio “Don’t Think Twice It’s All Right”, antes de que Dylan pisara a fondo el acelerador para el rock en combustión de “Highway 61 Revisited”.
Desde hace tiempo, los conciertos de Dylan parecen un ejercicio de abstracción, de canciones disfrazadas e interpretaciones que vuelan tan libres que hasta cuesta identificarlas. Si el público espera copias calcadas de los discos, saldrá muy contrariado, especialmente por la voz quebrada y rugosa del de Minesota; pero si acepta las reglas del juego, encontrará sabrosas recompensas, sobre todo de la mano de una banda intachable con la que se puede ganar cualquier batalla.
De este modo, “Tangled Up in Blue” sonó enigmática y frondosa, toda una proeza, sin duda, pero quizá fue una desilusión para cualquiera que tratara de seguirla tal y como la conocía del clásico álbum Blood On The Tracks (1975). Asimismo, las proyecciones del recital apuntaron a la vena nostálgica de los fans con imágenes épicas, en obligatorio blanco y negro, de manifestaciones, trenes en movimiento, coches surcando ciudades en crecimiento, fábricas humeando y grandes avenidas en su esplendor, como si quisieran emparentar las canciones de Dylan con una parte fundamental de la gran narración estadunidense.
Entre el misterio y la certeza y mezclando en su chistera el rock, el blues y el country, un elegante Dylan, que no abrió la boca nada más que para cantar y tocar su armónica, gobernó como quiso el concierto con autoridad y muchísima clase. Las tensas y cortantes “High Water (For Charley Patton)” y “Desolation Row” anunciaron el camino de una inmensa “Ballad Of A Thin Man”, cuyo famoso grito “Do you, Mr. Jones?” retumbó en las tierras áridas de California antes de que Dylan se despidiera con “Masters of War”.
Quienes no pidieron permiso para asaltar el escenario fueron The Rolling Stones. Una explosiva e infalible “Start Me Up” levantó de sus asientos, en un instante, a todo el público y plantó la semilla para un concierto atiborrado de dinamita, baile y nervio eléctrico. Ni un segundo tardó Mick Jagger, con chaqueta roja y azul y camiseta con el logo de The Rolling Stones, en comenzar su adorado desfile de garbeos, miradas al público y gestos exagerados, propulsado, además, por las guitarras trenzadas y siempre excitantes de Keith Richards y Ron Wood.
“Este fin de semana estamos buscando este parque de dinosaurios”, bromeó el cantante de The Rolling Stones en plena presentación de su banda y en alusión a un listado de músico cuyas edades juntas superarían los 700 años.
La banda británica no llegó al evento de vacío, ya que recientemente anunció la publicación del álbum Blue & Lonesome, un regreso a sus raíces del blues y su primer trabajo desde A Bigger Bang (2005). De este nuevo disco tocaron “Ride ‘Em on Down”, una versión que recordó sus orígenes en los años ‘60 cuando eran un grupo de jóvenes desafiantes de Londres que soñaban con emular a sus héroes del blues norteamericano Muddy Waters o Bo Diddley.
No hubo muchas concesiones a su repertorio más íntimo, pero “Wild Horses” fue, desde luego, una de las canciones más celebradas de su presentación. Entonces, Sus Satánicas Majestades abordaron, por sorpresa, nada menos que “Come Together”, de The Beatles y, desde un palco muy alejado de los focos, Paul McCartney, acabó aplaudiendo la versión y levantando el puño completamente satisfecho.
La fiesta ya no tenía freno y The Rolling Stones soltaron toda la artillería, pelotazo tras pelotazo, hasta rendir cualquier resistencia: “Miss You”, “Gimme Shelter”, “Sympathy for the Devil”, “Brown Sugar” y “Jumpin’ Jack Flash”. Tras semejante descarga, ya sólo quedaron los bises y Jagger y compañía dijeron adiós con “You Can’t Always Get What You Want”, acompañados por un coro, y “(I Can’t Get No) Satisfaction” coronada con fuegos artificiales, el broche ideal para un festival al que todavía le quedan dos noches más de mucha nostalgia y el mejor rock.
La noche de ayer tocó turno a Paul McCartney y Neil Young.