Atrás quedaron los tiempos en que eran el último grito de la moda pero ahora esta moda de los teléfonos con tapa parece estar volviendo, pero con un solo objetivo, desconectarse del mundo virtual y volver a ser solo un aparato para contestar llamadas y enviar mensajes.
En el metro de Nueva York se puede ver a Danny Groner y llama la atención, ya que es una de las únicas personas en su vagón que no está mirando la pantalla de su celular. Y está orgulloso de no pertenecer a los más de dos tercios de estadounidenses que poseen un teléfono inteligente. Este joven de 32 años es gerente de la agencia de fotos Shutterstock, valorada en US$1.200 millones.
“El aumento en el uso de los teléfonos plegables es una reacción a la sensación de que uno está subordinado a los teléfonos inteligentes. La adopción de un teléfono plegable es una declaración audaz de que uno tiene el control”, opina el abogado y especialista en ética de la tecnología David Ryan Polgar. La adopción de un teléfono plegable es una declaración audaz y lujosa para proclamar que uno tiene el control”. Comentó David Ryan Polgar.
“Tanto una persona conocedora de la tecnología que usa un teléfono plegable como una persona que elige conscientemente no tener un teléfono inteligente proyectan poder y libertad”, considera.
Francia es el primer país que está considerando el “derecho a desconectar” como parte de una legislación.
Esa iniciativa la propone Bruno Mettling, subdirector de la empresa multinacional de telecomunicaciones francesa Orange, quien en septiembre pasado presentó un informe sobre el trabajo digital al Ministro de Trabajo de Francia.
En una entrevista con la cadena de radio Europa 1, Mettling dijo que aunque no existe ninguna obligación legal de que un empleado permanezca conectado, ello no reconoce la realidad de las relaciones entre empleados y gerentes.
Para la mayoría de las personas es imposible resistir la tentación de mirar la pantalla para hacer una última revisión del correo electrónico y los mensajes de las redes sociales antes de dormir.
En cuanto a Groner, asegura que no se pasará a un teléfono inteligente. “La gente me dice que podría dejarlo en el bolsillo y no lo encenderlo. Pero no me fío de mí mismo”, confiesa. “Si lo tuviera, terminaría tan adicto como el resto”.