La brisa mediterránea trae memoria a la corniche alejandrina de su bimilenario esplendor como faro del saber. También de la decadencia cosmopolita del siglo pasado, que dejó impronta en la literatura contemporánea. La nueva biblioteca de Alejandría, inaugurada en 2002 gracias a una campaña de la Unesco con financiación internacional, ha reavivado la vida cultural de una urbe egipcia de alma griega. Con ocho millones de libros y 1,5 millones de visitantes anuales, el complejo de salas de lectura, museos especializados, galerías de exposición y centro de congresos es el astro que irradia la revitalización del espíritu de la ciudad. A su alrededor orbitan centros extranjeros e iniciativas privadas.
“La biblioteca es un centro cultural que excede el mundo del libro”, subraya Hussein Bassir, director del museo de antigüedades del complejo, entre una colección de papiros del Libro de los Muertos y mosaicos greco-romanos. “Muchas de las piezas que se exponen fueron halladas durante las obras de construcción del edificio o en aguas del cercano puerto. En cinco minutos, cabe aproximarse a 5.000 años de historia”, se jacta este egiptólogo formado con el exministro de Antigüedades Zahi Hawass, quien recientemente suscitó la polémica sobre la conservación del templo de Debod en Madrid. Bassir considera que la tumba de Cleopatra no debe andar lejos de la biblioteca, en algún lugar de la ensenada marina, pero excluye que se pueda recuperar el legendario faro.
Distante del carácter desértico de la capital pese a su cercanía, en Alejandría la vida cotidiana fluye alejada de la tensión y el caos de la megalópolis del Nilo. Provinciana, aunque rodeada del halo de historia que desprende aún la primera biblioteca, del siglo III antes de Cristo, incendiada, reconstruida y reducida finalmente a escombros. Su renacimiento persigue hoy el mismo objetivo: condensar el saber de la humanidad.
Bajo la clara luz de la estancia hipóstila con columnas papiriformes que siguen la pendiente del edificio —un disco solar inclinado—, la grandiosa gran sala de lectura (2.500 plazas) ofrece la rara armonía de mostrar a un público de la generación posterior a la primavera árabe en un escenario de diseño nórdico, con las últimas tecnologías de documentación.
“Estamos avanzando hacia la digitalización de todos los volúmenes de la biblioteca”, precisa Aiten Bashar, responsable de relaciones públicas. “De momento, ya hemos superado el 28% del índice de textos”, explica mientras muestra en la pantalla la reproducción de las láminas de un exquisito libro de grabados de la expedición de Napoleón a Egipto en 1798.
Con información de El País